¡Qué necios son los que fabrican ídolos! Esos objetos tan apreciados, en realidad, no valen nada.
Los que adoran ídolos no saben esto, así que todos terminan avergonzados.
¿Quién sino un tonto se haría su propio dios, un ídolo que no puede ayudarlo en nada?
En los ya casi seis mil años que la vida como tal se ha desarrollado en el universo, el ser humano ha demostrado su desobediencia desde el principio. Si bien desde un principio el Señor fue claro cuando estableció los límites, el ser humano se ha negado a escuchar. Nos hemos encargado de violentar todas y cada una de las leyes de nuestro Creador. Ya nos amonesta el profeta Isaías:
Porque te confiaste en tu maldad, diciendo: Nadie me ve. Tu sabiduría y tú misma ciencia te engañaron, y dijiste en tu corazón: Yo, y nadie más.
Sin embargo, el amoroso Señor siempre está dispuesto a escucharnos, tendiendo una mano de ayuda para todo aquel que la necesite.